Una historia de lucha y superación

27.05.2013 21:56

 

(Por Ignacio Vila Ortiz) Armando Sosnedo vive en una casa de zona oeste donde se encarga de atender un pequeño kiosco ubicado en el frente de la misma. Luego de un accidente que le hizo perder parte de su pierna, se dedica a tocar la guitarra y cantar cuando tiene algo de tiempo libre. Sentado en una silla con sus muletas apoyadas a un costado de la mesa, Armando, de 44 años, trajo un poco de café a la mesa acompañado de algunos aperitivos. Ya con la calefacción prendida para combatir el frio que azota la ciudad, comenzó a recordar cosas de su infancia.


“Era muy pegado a mi hermano José, recuerdo que estábamos siempre juntos pateando una pelota de fútbol en el terreno al lado de mi casa”, comenta con una sonrisa. Luego agrega que cada vez que ve alguien patear una pelota de fútbol, no puede evitar pensar en José y aquellas tardes de calor jugando sin parar. A Armando los ojos se le ponen algo vidriosos cuando cuenta que su hermano falleció hace veinticinco años en un accidente automovilístico.


Tras un gran suspiro, continúa: “Cuando él se fue sentí una tristeza enorme, dejé el colegio aunque luego lo terminé más tarde, pero en ese momento me quedé en casa con mi vieja que estaba más destruida que yo. Con quince años salí a buscar trabajo, ya que mi viejo nos abandonó cuando yo tenía 3 años”. Luego comenta que comenzó a hacerse amigo de gente que luego se iba a dar cuenta que no eran las personas indicadas.


“Era bastante tímido en realidad, en el colegio tenía dos amigos, era bastantes callado”, dice, y cuenta que se veía cada vez más seguido con esa gente y terminó haciendo cosas que se arrepiente, como consumir cocaína.
Sosnedo dice que duró muy poco ese consumo, pero que por algún tiempo no abandonó a esa gente, de la que ya ni recuerda los nombres. “Seguí así hasta que los 23 años, luego de asaltar un local me agarraron a mí y a otro más, y nos metieron adentro”. Después aclaró que lo que le dio más bronca no fue sólo el hecho de caer preso, sino que le imputaron también una causa por agresión a la persona de local. “Recuerdo que fue el otro chico que me acompañó a robar el que golpeó a esa chica, no fui yo, pero sin embargo me quedé callado. Lo único que quería era salir de ahí”, agrega.


Pasado aquel suceso, el cual lo cambió totalmente, se dedicó de lleno a trabajar en cualquier lugar que pudiese. “Hice tantos trabajos para ganar plata, que ya ni me acuerdo cuáles fueron”, comenta. Y agrega: “Hasta que en un momento conseguí atender un kiosco y hasta el día de hoy sigo acá, en el mismo lugar. Es más, la dueña, Marta, me aceptó para que viva en su casa. Le voy agradecer eternamente por darme trabajo y sacarme de aquel pobre lugar de donde vivía”.


Hasta no hace mucho tiempo, se podía decir que estaba todo equilibrado en la vida de Sosnedo, pero un accidente en moto le dio un giro a su vida. “Recuerdo esa noche, estaba apurado por llegar a casa y no vi el auto. Me chocó y fui arrastrado varios metros debajo del auto. A pesar de todos los golpes, en ese momento me asusté mucho porque no sentía mi pierna derecha. Recuerdo levantar la vista y ver que de la rodilla hacia abajo estaba casi todo totalmente aplastado. Era un dolor que ni te imaginás. No le deseo a nadie perder una pierna, es algo espantoso”, relata.
Ahora cuenta que se queda sentando en su casa, atiende el kiosco, a veces da unos paseos, pero su mayor pasión es cantar y tocar la guitarra. “Me regalaron una guitarra criolla después de salir de la cárcel y no paré de tocar. Aprendí todo lo que pude de Sabina y algunas canciones de tango”, comenta y remata entre risas: “Espero llegar a la fama algún día”.


Sosnedo se toma el último trago de café y se para con sus muletas, va hasta un mostrador y agarra una foto vieja, arrugada. En la imagen estaba una joven con un chico en brazos. Sosnedo señala la foto y dice: “Después de estar adentro, nunca más supe de ella, escuché que se fue a otro lado, que se fue con un hombre, pero no sé qué tan verdad es. Recuerdo verla cuando estaba adentro, y todavía quiero entender porqué se fue, y no se contactó nunca más conmigo. La extraño muchísimo”.

Armando deja la foto en su lugar y se sienta afuera para fumar un cigarrillo, perdiendo la mirada en el cielo despejado. Y recordando, seguramente, a su madre.

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