TECHO: todos juntos por un cambio necesario

06.05.2013 21:09

 

Voluntarios jóvenes de la ciudad se acercan cada fin de semana al barrio San Martin Sur para ayudar  a los que más necesitan

 

(Por Gisel Morón) Cada sábado, a las 9 de la mañana, Paraguay y Rioja es el punto de encuentro. Hasta allí llegan jóvenes de todos los puntos, con el mate bajo el brazo y unas galletas para compartir mientras esperan la línea 103 que los trasladará a una realidad distinta. Cuando llegan a destino, el barrio San Martín Sur, se encuentran con vecinos que los esperan cada fin de semana. Como Cata. No son famosos ni políticos, simplemente son voluntarios que creen en el cambio. La mayoría son estudiantes universitarios que, sin perseguir algún interés, se unieron a la organización no gubernamental  Un techo para mi país (TECHO), con la idea de mejorar la calidad de vida de muchas personas.

El barrio San Martín Sur es un asentamiento de la ciudad de Rosario que no cuenta con los servicios necesarios para vivir, al cual llegan cada vez más familias humildes. Allí, la pobreza está a la vista de todos. Es por eso que fue seleccionado por esta asociación para poder mejorar la situación.

“TECHO es una asociación civil conformada por jóvenes voluntarios que trabaja en barrios carenciados todas las semanas. Nos contactamos con organizaciones barriales que conocen la problemática de la zona”, contó Florencia Yaccarino, directora general de la sede rosarina. A través de esto, buscan conocer el barrio y a los vecinos para comenzar a trabajar en conjunto. La tarea que realizan se apoya en encuestas a las familias, casa por casa, para ver las condiciones en las que viven y así conocer la situación particular de cada núcleo. Durante la semana analizan este sondeo y evalúan qué familia tiene mayor emergencia habitacional. Además plantean otras problemáticas de los asentamientos y se proponen talleres de educación, trabajo y diálogo, para mejorar la relación entre los vecinos y promover una vinculación más directa.

La Ong empieza este proceso de desarrollo comunitario construyendo viviendas de emergencia con la participación masiva de voluntarios y familias. Estas casillas de maderas son asignadas a las personas seleccionadas por el grupo de trabajo, considerando la situación en la que se encuentra  ­en ese momento. En Rosario, la asociación funciona desde 2012, y ya se entregaron 40 casas en el barrio San Martín Sur. Entre mayo y junio de este año se construirán 36 más que suplantarán las casas de cartón y chapa que predominan en la zona.

El sábado pasado fue especial. Caminando por el barrio los chicos recibieron el cariño de los niños, que salieron contentos a las calles para saludarlos. La mañana había comenzado nublada y fresca pero a medida que los voluntarios fueron visitando y asignando las viviendas para la próxima construcción el sol fue apareciendo. Una de las vecinas los recibió contenta sin saber que luego volverían a su precaria vivienda a informarle que había sido seleccionada. “Llegaron, los estaba esperando, me cambian el día”, reconoció la mujer. Al momento de darle la noticia estaba con sus nietos, tomando mates fuera de su casa.

Cata es una mujer mayor, humilde, que hace 38 años vive en la ciudad. Graciosa y viva, con una sonrisa en la cara en todo momento, que creció cuando recibió la noticia. Los ojos se le llenaron de lágrimas y aseguró que sabía que en algún momento iba a llegar. Agradeciendo constantemente a los voluntarios, entre anécdota y anécdota aseguró: “Siempre le digo a todos, los chicos de las casillas son como mi familia, me escuchan, me atienden. Cada vez que no puedo dormir pienso en los nombres de cada uno y recuerdo los lindos momentos”.

Es así como lo vive cada una de las partes. Por un lado los vecinos humildes que reconocen la labor que realizan por ellos. Por otro, los jóvenes que muchas veces dejan de lado cosas e invierten su tiempo ayudando a los demás. A cambio reciben retribuciones como las de Cata, que no podrían comprarlas con nada. Sólo el hecho de ir, de estar y acompañar es suficiente para ser feliz y sacarle una sonrisa a los demás.

Favio es correntino y tiene 24 años. Ayuda en TECHO hace unos meses. Cada vez que vuelve al barrio se hace un tiempo para visitar a “sus familias”, algunos ya beneficiados, a los que ayudó en la construcción. “Tenemos una relación especial, ellos nos consideran su familia. Por ahí nosotros no tomamos dimensión de ese vínculo que se genera pero son un pariente más”, reconoció. De la misma forma señaló que ese contacto tan directo tiene otro tipo de valor y de motivación que los lleva a seguir. A su vez, explicó que generalmente la situación de los voluntarios difiere mucho de la de las familias, pero que ese contraste es bueno porque “demuestra el interés que tiene la sociedad en ayudar a gente que uno no conoce”.

Los voluntarios ya están insertos en el barrio, por eso aseguran que al pasar el tiempo lo que intentan hacer es no dejar de indignarse con la realidad. “Intento no acostumbrarme a que una familia tenga que vivir en el barro, a que no me deje de doler en algún momento la situación”, señaló Florencia Yaccarino, integrante de TECHO desde 2007. Por su parte, Favio aseguró: “Es necesario salir de la burbuja en la que está inserto cada uno para ver la situación real que está atravesando no sólo la ciudad sino el país”. Esta realidad refleja la voluntad de participar de una franja de ciudadanos de 18 a 30 años. De ser parte de la sociedad y de generar cambios en situaciones que no funcionan bien en la actualidad.

Cerca del mediodía del sábado terminó la jornada. Cada voluntario emprendió el camino para volver a su rutina. Como cuando llegaron, a la salida del barrio estaba Cata, esperando para despedirlos y reconociendo que, cada vez que se van, espera que los días pasen rápido para volverlos a ver.

 

 

 

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