Graciela Arrieta: “Dios nos salvó para que contemos lo que pasó”

20.05.2013 22:07

Graciela Arrieta: “Dios nos salvó para que contemos lo que pasó”

(Por Sofía Silvestri) La muerte del mayor dictador y genocida de América Latina, Jorge Rafael Videla, tomó al país por sorpresa. Para la mayoría significó una alegría y tranquilidad inmensa. A muchos otros los llevó a recordar la atrocidad de los militares. Ese es el caso de Graciela Arrieta, cuya familia padeció las consecuencias de la dictadura liderada por Videla, con dos intentos de secuestro y un tío desaparecido por el gobierno de facto.

-¿Tu familia era militante de algún partido político?

- Sí, mi tío Daniel de 23 años era dirigente estudiantil, en mi familia había una dicotomía, mis abuelos iban a una iglesia evangélica, y mis padres iban pero con el tiempo dejaron de ir. Mi tío fue el único en la familia que pudo hacer la escuela de enseñanza media, y se llenó de ideas revolucionarias.

-¿Desde cuándo tenés memoria del comienzo de la represión?

- La represión no empezó en el gobierno de facto. En el año 74 la primera desaparición por inconvenientes políticos en la ciudad de Rosario fue la de Tacuarita Brandaza, un pibe de 18 años estudiante y desaparecido, incluso se veía en mi barrio, Las Heras y Saladillo, los afiches con la figura de este pibito. La represión se hizo legal por un decreto de Luder que crea las tres A. En realidad era del aparato represivo, no era legal. Se crea ese cuerpo y el mentor de eso fue José López Rega.

-¿Cómo fueron las veces que la triple A entró a tu casa?

- Las dos veces que estaba sola en mí casa y un comando de la triple A entró. Yo te  puedo describir hasta los olores, quedó impregnado en mi memoria como una foto. La primera vez tenía 12 años y quedó en mi cabeza como un flash de película,  cada vez que me acuerdo me es difícil contarlo. Era un día de verano y había llovido. Ellos vinieron en un Renault 12 y me acuerdo de cómo estaban vestidos, un vaquero gris y una campera vaquera, uno de ellos tenía el pelo medio rubio con barba, era grandote.

-¿Y cuántos entraron en tu casa?

- A mi casa entraron dos y a la casa de mi abuela como seis, en dos vehículos. El otro hombre que entró tenía el cabello bien cortito, bien de milico con ropa vaquera. Entraron al comedor de mi casa. Mi papá en ese tiempo era delegado y militaba en el partido comunista, así que teníamos todas para ser un NN más. Entraron, me interrogaron, yo estaba planchando un vaquero y mi hermana más chica, de cinco años, estaba durmiendo, eran las nueve de las mañana. Me preguntaron por él, en dónde estaba y yo le dije que no sabía, que no lo había visto (pero hacía un par de días que lo había visto) así que entró otro milico y preguntó si había algo ahí y le contesto: “No acá solo hay una nenita sola”, y se fueron. La esposa de mi tío llegó, embarazada de mi primo (mi tío no lo llegó a conocer porque cuando nació él ya estaba desaparecido) se paró y preguntó por mi mama que no estaba. Ellos volvieron a entrar y vieron el carnet de delegado de mi papá que estaba en la mesa, y se fueron. Mis hermanas estaban jugando en la vereda y mi hermano en el campito cerca de mi casa jugando al fútbol. Esta vez fueron los Ford Falcon verde, y los chicos gritaron “¡la policía!” y salieron todos a correr. A mi hermano lo agarró un vecino y lo metió rápido a su casa, porque ya se sabía que secuestraban a la familia. El hecho de no encontrar a las personas que tenían en la lista hacía que se ensañaran con su familia, porque se llevaban al hijo, a la abuela. Yo me acuerdo que en el año 77 fui al centro Lenico  a una peña y había un chiquito de 1 año y medio, los papás eran jovencitos, de unos 23 años, y las tres A rodearon la manzana  junto con el Ejército. Ellos se dieron cuenta que eran militantes del partido peronista y le pasaron a una vecina por el tapial al bebé, la vecina se jugó la vida, agarró al bebe, cerró la boca y de los papás hasta hoy no se sabe nada. Mis padres militaban en el partido comunista y nos llevaban a mis hermanos a todas las reuniones. Y fuimos internalizando ese sentimiento de persecución, de miedo.

-¿Te acordás como fue el día del golpe?

- Yo me acuerdo que mi viejo estaba escuchando la radio. Él escuchaba Radio Colonia, yo le tenía terror a esa radio, siempre pasaban malas noticias, noticias políticas en realidad... fueron años de mucha turbulencia política.

-¿Cómo fue el segundo intento de secuestro?

- Dos o tres días después del golpe del 76 yo estaba durmiendo en la casa de mi abuela, porque mi hermana tenía hepatitis. Ella vivía a 50 metros de nuestra casa,  mi viejo estaba parado en la puerta con una linterna y no se veía nada, había como una niebla. Y mi papá me dijo: “Pusieron una bomba”. Mi papá era un hombre de pocas palabras (risas), le pregunté dónde, y él me respondió: “Acá, en la casa de la abuela”. Así que me levanté y no se veía nada, la puerta parecía un papel abollado. Y se derribó todo el tapial, pero no nos pasó nada, ni siquiera al perro de mi abuela.

-¿Cómo fue ese tiempo para las personas que, como tu familia, eran perseguidas?

- Para los damnificados de ese tiempo se vivió en una gran soledad. Yo no podía contarle a nadie lo que había pasado porque había un eslogan entre la gente que era “algo habrán hecho”. Se vivó con una inmensa soledad.

- ¿Cómo fue la detención de tu tío Daniel?

- Fue en el hospital Provincial. Había un médico y seis militares, y todo lo que era asistencia pública estaba lleno de milicos. Porque si pasaba algo seguro se iban a atender ahí. Y mi tío era asmático y tenía un ataque de asma y fue al hospital con mi tía embarazada y con la nena en brazos y ahí lo detuvieron.

- ¿A dónde lo llevaron?

- Pasó a Jefatura, donde recibió todo tipo de tortura. Con el tiempo nosotros tuvimos noticias porque mi abuela tenía un cuñado en la marina y como estaban implicadas todas las fuerzas siempre algún dato te llegaba. Así que antes de que desapareciera, en invierno, con mi hermana tuvimos la oportunidad de ir a visitarlo en la cárcel. Una vez por semana le escribíamos una carta, mi abuelo me dictaba, le decía: “Te dejo 5 pesos en el depósito por si tienés necesidad” y todas las semanas mi abuela le llevaba Mantecol y frutas, para ayudarlo. Los domingos al mediodía íbamos a verlo y él nos contaba que en el pabellón donde él estaba había 20 más y eran de 18 a 25 años. Podías verle las marcas de cigarrillos, las picanas y escuchar con 12 años todas las atrocidades que le decían.

- ¿Cómo siguió el rumbo de Daniel?

- Como era muy inteligente y estaba estudiando francés y como no tenía ninguna causa estaba esperando que el juez le firmara el asilo para irse a Francia, pero no llegó. De ahí lo trasladaron, de una manera repentina y sin aviso, a Coronda. A mi abuela le dieron una visita a Coronda y no lo pudo ver, viajó varias veces sin poder verlo. Después recibió un telegrama que decía que había pasado a disposición del poder Ejecutivo nacional. Que en definitiva traía un poco de esperanza porque sabíamos a quién preguntar. Videla dijo una vez: “No está muerto ni vivo, está desaparecido”. Que nos quiso decir: andá a reclamarle a minga porque acá no está, esa es la traducción popular de lo que nos dijo. Pero teníamos a quién preguntarle, aunque no hubo respuesta.

- ¿Y qué noticia tuvieron de él?

- Por los compañeros de pabellón se pudo reconstruir la historia. Como él era líder tenían saña, lo quisieron sacar de noche pero los compañeros se avivaron y armaron un motín. Pero la segunda vez lo trasladaron a la jefatura, lo hicieron en silencio y no hubo posibilidad de que los compañeros lo ayudaran. Cuando se esclareció el caso nos enteramos que fue fusilado. Lo que se había hecho circular fue que como lo habían torturado tanto en la jefatura él se había quitado la vida. Pero él no tenía temperamento para hacerlo. Al final nos enteramos que fue por fusilamiento y el responsable fue Agustín Feced, el jefe de Gendarmería de Rosario, que se murió antes de que se lo juzgara.

- Me imagino que te quedaron secuelas emocionales de estos años vividos...

- Sí, pero Dios me ayudó a superar el ataque de pánico que esa época me había producido. Siempre hablamos con una amiga que Dios nos salvó para que contemos lo que pasó.

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